ACTO VI: EL VENERABLE SOFÁ
- Mariah? Quieres pasar?
Tenía el ánimo bastante sombrío así que la invité a un té, que era lo único que no se había fosilizado en nuestra alacena.
- Quería pedirte disculpas por lo de la bocatería. . . No tenía que haberme comportado así.
- No pasa nada.
- Supongo que ya habréis encontrado a alguien para el viaje, no?
- Pues la verdad es que no. Ya sabes, hay muy poca gente dispuesta a chupar seis mil quilómetros de carretera para que nos cuadren las cuentas.
- Ya te pedí perdón.
- Sí, perdona, ya está.
Mariah miró la taza del té fijamente, como dándole un respiro a su cuerpo para poner en orden sus pensamientos.
- Estás bien?
- Puedo dormir aquí?
Aquella proposición me sorpredió viniendo de ella.
- Sí claro.
- Sólo dormir.
- No hay problema.
- Es que en mi piso. . . no quiero quedarme sola hoy. Hoy no.
- Sin fallo, yo dormiré en el sofá y tu puedes dormir en mi cama.
- Deja, me conformo con el sofá.
- Jajajjaj, bueno, te aviso de que debe de ser más cómoda la alfombra que el sofá, pero como quieras.
- Tú déjame una manta y un cojín que yo ya me las apaño - sentenció con una sonrisa tímida.
Finalmente Maríah se instaló en nuestro venerable sofá de tres plazas. Recogido de la basura gracias al buen ojo y la falta de vergüenza de Néstor; era una de esas piezas de mobiliario de nuestro piso más preciadas. A pesar de haber sido fumigado con esmero, preferí no contarle a Mariah su sórdido origen.
La chicha se envolvió en una espesa manta que mi madre me había enviado por correo hacía unos meses y descansó el cuello en un viejo cojín. Como yo no tenía mucho sueño, preparé un par de tés y me acomodé en el sofá de orejas.
Hablando con Mariah me di cuenta de que algo le había pasado entre la hora de comer y el momento en el que llamó a mi puerta, pero ella se negaba a contarlo, así que al poco dejé de insistir en el tema y la conversación fue desvaneciéndose.
- No sabes las ganas que tengo de salir de aquí, de escapar de este barrio. . . - dijo con voz adormecida.
Yo asentí en silencio en la oscuridad.
- Aún quieres que vaya contigo a California?
- Claro, por supuesto - dije sorprendido.
- Mira que es posible que asesine a Néstor en el viaje.
Los dos nos reimos, nerviosos, en la oscuridad.
- Quiero que vengas, por eso te lo pedí.
- Vale.
- Vale?
- Que sí, acepto ir con vosotros.
No podía creerlo.
- Genial!! No te arrepentirás, chula, ya verás!
- No, no, me arrepentiré. . . pero lo único que quiero ahora es irme de esta ciudad. . .
- Mariah?
Se había quedado roque.
No podía ser verdad, al final las cuentas cuadraban. Finalmente íbamos a hacerlo.
[continuará]
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