Hoy os voy a presentar a un amigo mío que es todo un escritor, Antón Núñez, universitario y un amante de los coches (algún día montará su propio coche ;) ) pero con un gran potencial a la hora de escribir y para demostrároslo me ha hecho el honor de ser el primer colaborador de esta sección con una historia contada en varios actos que te enganchará desde el principio. . . al menos conmigo lo hizo y teniendo en cuenta que no me gustan las novelas ya tiene mucho mérito!! jjajajja
La historia aún no tiene final puesto que la va escribiendo poco a poco así que un viernes sí y uno no, iré publicando los actos, y los viernes que no le toque publicaré las colaboraciones de otras personas.
ACTO I: EL VIL METAL
Esta historia tiene su comienzo en uno de eses momentos
trascendentales en los que vas andando por la calle y caes en la cuenta de que todo tiene fecha de caducidad.
Los yogures, las relaciones personales, mi beca para estudiar en USA,. . . Como es posible que pasara tanto tiempo, tantas buenas experiencias, y que todo tenga que finalizar justo en el momento en el que ya estaba
acostumbrado a la rutina y disfrutando de ella? Los taxis amarillos, los Starbucks y los
McDonald´s, los policías negros y gigantescos, las calles llenas de vida. . .
Aquellos seis meses en Nueva York habían sido realmente insuperables, y tengo que admitir que viví tanto en aquel corto período de tiempo, como en el resto de mi vida. . .
Bueno, la historia de verdad comienza aquel día en el que se
confirmaba que solo me quedaban dos semanas de estancia en Nueva York,
tras los cuales tendría que volver a Europa.
Aquel día había quedado con Néstor, el otro becario que había cruzado el charco conmigo. Lo había conocido en febrero, cuando comenzamos a compartir piso en
Queens y nos hicimos buenos amigos. Solíamos comer en el White Castle antes de ir a
estudiar, y aquel era uno de eses días.
- A que no sabes la última, tío?
Néstor me hablaba detrás de la pajita de su coca-cola de medio
litro con hielo de la que chupaba sin parar.
- Cuál es la última?
- Se casa Roscoe!
Cuando llegamos a América eramos algo así como patos
mareados que no sabían en donde meterse. Brian Roscoe se convirtió desde el principio en nuestro salvador, y nos ayudó a movernos por aquella verdadera jungla
de asfalto, a evitar los lugares peligrosos y a la gente poco recomendable. Él tenía familia en Queens, a pesar de ser de California, y pasaba en la gran mazana los meses de
inverno. Nosotros sabíamos que se había prometido pocas semanas antes de conocernos, pero
no sabíamos nada de la fecha de la boda.
- Yaa tío, estaba prometido.
- Sí, pero lo mejor de todo es que se casa este fin de
semana! Me dijo Leah que iba a ser algo sencillo, con poca gente, y lo mejor de
todo es que hoy he recibido las invitaciones en el correo, tío: estamos invitados! -
Leah Pires era la prometida de Roscoe, una brasileña que trabajaba como
azafata de eventos en NY.
- Eso mola mucho – dije yo – pero es muy precipitado y, además, será en California. . .
- Pues claro que es en California! Santa Mónica
Beach, chaval! Hollywood y toda esa mierda.
- Pues ya me dirás como hacemos. . . yo no tengo ni un duro, y California está en la otra costa. . . como coño vamos a ir hasta allá?
- Eso déjamelo a mi, es cuestión de planear algo bueno.
Después de un largo silencio cambiamos el tema de la conversación, y la
idea no volvió a surgir hasta aquella noche, durante la fiesta de los erasmus portugueses:
- Oye, tío. Si no vamos a California este verano,
no iremos nunca, y lo sabes.
- Si, claro – le dije yo mientras pagaba la copa –
pero, tu tienes pasta? Los vuelos son caros, sobre todo en verano!
- Pero no tiene porque ser un vuelo, tío. . . y luego, no podemos ir en coche?
- Estás borracho??? No tenemos coche!!
- Pero podemos comprar uno. . . ya sabes, rollo Top
Gear: compramos una chatarra vieja por cuatro duros y vamos hasta allá.
- Néstor, tu eres idiota? Si no tenemos pasta para
un billete de avión, mucho menos para un coche y gasolina, no crees? - No quería gritarle a Néstor, pero mi cabreo era también en parte por mi impotencia:
quería con toda mi alma hacer algo así, un gran viaje, cruzar Estados Unidos de punta a punta, la ruta 66... adoraba los coches y todo lo que tuviera que
ver con ellos, y adoraba conducir... pero los números eran los números, y la ausencia del maldito dinero
mataba nuestros sueños.
[continuará. . .]
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